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                                    68el profeta muhammad en la bibliaNi que decir tiene que tanto los judíos como los cristianos consideran esta bendición como una de las primeras profecías mesiánicas. Que Jesús (que la paz sea con él), el profeta de Nazaret, sea Cristo o el Mesías, no lo puede negar ningún musulmán, porque el Corán le reconoce este título. Que todos los reyes israelitas y principales sacerdotes fueron ungidos con el santo óleo compuesto de aceite de oliva y varias especias lo sabemos por las escrituras hebreas (Éxodo 30:23-33). Incluso el rey Ciro II el Grande de Persia es llamado «Cristo de Dios». «Así dice Jehová a Su ungido, a Ciro» (Isaías 45:1-7). Sería superfluo mencionar aquí que, aunque ni Ciro ni Jesús (que la paz sea con él) fueron ungidos por el ungüento sagrado, son llamados igualmente «Mesías». En cuanto a Jesús (que la paz sea con él), aunque su misión profética fue reconocida por los judíos, no obstante, estos nunca reconocieron su oficio mesiánico. Porque ninguna de las señas o características del Mesías que esperan fueron encontradas en el hombre que intentaron crucificar. El judío espera un mesías con espada y poder temporal, un conquistador que reestablecerá y extenderá el reino de David (que la paz sea con él) y que reunirá al disperso Israel en la tierra de Canaán, sometiendo a varias naciones bajo su yugo. Pero no podían aclamar como tal a quien predicaba en el monte de los Olivos, a quien nació en un pesebre. Para mostrar que esta profecía antigua se cumplió práctica y literalmente en Muhammad (al que Allah bendiga y dé paz), podemos adelantar los siguientes argumentos: por las expresiones alegóricas «cetro» y «legislador» se entiende, como admiten unánimemente los comentaristas, ‘autoridad real’ y ‘profecía’, respectivamente. Sin detenernos mucho en el examen de la raíz y derivación de la segunda palabra singular yiqha, podemos adoptar cualquiera de sus dos significados, a saber, ‘obediencia’ o ‘expectativa’. Sigamos ahora la primera interpretación de Siloh, tal y como figura en la Peshitta: «aquel al que le pertenece», lo cual significa prácticamente ‘el 
                                
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