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124el profeta muhammad en la biblialam como su religión. El término «islam» y sus equivalentes shalom y shlama eran conocidos por los judíos y cristianos de La Meca y Medina cuando Muhammad (al que Allah bendiga y dé paz) apareció para perfeccionar y universalizar la religión del islam. Un profeta que predica «la paz» en su condición temporal, vaga y abstracta no puede tener éxito en demostrar su identidad de este modo. De hecho, el punto en disputa o, más bien, la cuestión crítica nacional, en controversia entre dos eminentes profetas conocidos en la corte y en la nación como Jeremías y Ananías (Jeremías 28) no podía zanjarse por medio de la afirmación de uno y la negación de otro de la inminente catástrofe. Que Jeremías predicara «la paz» cuando estuvo durante todo el tiempo augurando el gran desastre nacional —ya fuera mediante la sumisión o mediante la resistencia del rey Sedequías al soberano caldeo— implicaría no solo su fracaso, por no hablar ya de su fracaso en demostrar su veracidad, sino que incluso le dejaría en ridículo. Porque, en cualquiera de los dos casos, su pretendida «paz» no significaría en absoluto la paz. Por el contrario, si los judíos resistían al ejército caldeo, ello supondría la completa ruina nacional y si se sometían, una servidumbre incondicional. Es evidente, pues, que Jeremías utiliza el término shalom en el sentido de un sistema religioso tangible, concreto y real, que es lo que abarca el islam. Para aclarar más esta cuestión, debemos escuchar atentamente los argumentos de los dos profetas oponentes, discutiendo y disputando la cuestión nacional en presencia de un perverso rey y de su corte de viles lisonjeadores y depravados hipócritas. Jeremías tiene en el corazón la causa de Dios y Su religión de paz, y por el interés vital de esta religión de paz, o islam, aconseja al perverso rey y a sus cortesanos someterse al yugo de Babilonia, servir a los caldeos y salvar la vida. No tenían ninguna otra alternativa. Habían abandonado al Dios de sus ancestros, profanado su templo y se habían burlado y habían vilipendiado a Sus profetas, cometiendo maldades y traiciones (2 Crónicas 36, etc.). Así que Dios los había abandonado en manos