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                                    104el profeta muhammad en la bibliade todos. Indudablemente, los videntes y profetas de la antigüedad conocían a este santo personaje e, igual que David, le llamaban «mi señor». Por supuesto, los rabinos y comentaristas judíos del Antiguo Testamento entendieron por esta expresión al Mesías, que descendería del propio David (que la paz sea con él), respondiendo así a la pregunta que les formuló Jesús (que la paz sea con él), como se cita en Mateo 22 y en otros sinópticos. Jesús (que la paz sea con él) repudió llanamente a los judíos cuando les formuló una segunda pregunta: ¿Cómo podía David llamarle «mi señor» si era su hijo? Esta pregunta del maestro dejó en silencio a la audiencia porque no supieron qué contestarle. Los evangelistas interrumpen de una manera abrupta este importante tema de discusión. Detenerse allí sin una detallada explicación no era digno ni del maestro ni de sus discípulos. Porque, dejando de lado la cuestión de la divinidad e incluso su carácter profético, Jesús (que la paz sea con él), como maestro, estaba obligado a resolver el problema planteado por él mismo cuando vio que sus discípulos y oyentes no sabían quién podía ser, entonces, ese «señor». Mediante esta expresión de que el «señor» o Adón no podía ser el hijo de David, Jesús se excluye a sí mismo de dicho título. Esta admisión es decisiva y debería hacer reflexionar a los maestros religiosos del cristianismo de modo que reduzcan a Jesús a su debido estatus de sublime y santo siervo de Dios, renunciando al carácter divino que se le atribuyó de manera extravagante y muy a su pesar. No puedo imaginarme a un maestro que, viendo a sus discípulos incapaces de responder a su pregunta, se mantuviera callado, a menos que él mismo fuera ignorante como ellos y se viera incapaz de resolver la cuestión. Pero Jesús (que la paz sea con él) no era, desde luego, ni un ignorante ni un malévolo maestro. Era un profeta con un amor ardiente por Dios y por el ser humano. No dejó el problema sin resolución ni la cuestión sin respuesta. Los Evangelios de la Iglesia no nos relatan la res-
                                
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