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                                    251el «hijo del hombre» apocalíptico es el profeta muhammadpuede conciliarse la «fe» del Pedro recompensado con el glorioso título de safa y el poder de las llaves del Cielo y del Infierno, con la «infidelidad» del Pedro castigado con el reprobatorio epíteto de «Satanás» en el transcurso de media hora más o menos? Varias reflexiones me vienen a la mente y me veo obligado a ponerlas por escrito. Si Jesús (que la paz sea con él) era el Hijo del Hombre o el Mesías, como fue visto y profetizado por Daniel, Ezra, Enoc y los demás profetas y teólogos judíos, habría autorizado a sus discípulos proclamarle y aclamarle como tal y les habría ofrecido su apoyo. Pero, en realidad, actuó totalmente a la inversa. Reitero, si él fuese el Mesías o el Bar Nasha, habría infligido un golpe terrorífico a sus enemigos y, por medio de la ayuda de sus invisibles ángeles, destruido el poder romano y el persa, que entonces predominaban en el mundo civilizado. Pero no hizo nada de eso. O, como Muhammad, habría reclutado a algunos combatientes valientes como Alí, Omar, Jalid, etc., y no a Zebedeo y Juan, que se desvanecieron como un espectro atemorizado cuando la policía romana vino a arrestarles. Hay dos afirmaciones incompatibles hechas por Mateo (o corrompidas por sus interpoladores), que lógicamente se destruyen una a la otra. En el transcurso de un breve tiempo, Pedro es «la roca de la fe», como celebra el catolicismo, y «el Satanás de la incredulidad», como lo tildará el protestantismo. ¿Por qué? Pues porque cuando creyó que Jesús era el Mesías fue recompensado, pero cuando rehusó admitir que su maestro no era el Mesías fue condenado. No existen dos «Hijos del Hombre»: uno el comandante de los creyentes, luchando, espada en mano, en las guerras por la causa de Dios y extirpando la idolatría y sus imperios y reinos; y el otro un abad de los menesterosos anacoretas en la cumbre del calvario, luchando en las guerras por la causa de Dios con la cruz en mano para terminar martirizado ignominiosamente por los idólatras romanos y los pontífices y rabinos judíos incrédulos. El «Hijo del Hombre», cuyas manos fueron vistas bajo las alas de los querubines por el profeta Eze-
                                
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