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94el profeta muhammad en la bibliaComo musulmanes, debemos reconocer que el viaje de Muhammad (al que Allah bendiga y dé paz), tal y como se desprende del testimonio de Daniel, se realizó físicamente, lo cual no es algo en absoluto imposible para el Omnipotente. Debe existir una ley en física según la cual un cuerpo deja de ser controlado por la materia principal a la que pertenece o por la ley de la gravitación pasando a ser controlado por la ley de la velocidad. Un cuerpo humano que pertenece a la tierra no puede escapar de la misma, a menos que una fuerza de superior velocidad anule los efectos de la gravedad sobre el mismo. Debería, asimismo, existir otra ley de la física según la cual un cuerpo ligero puede penetrar en otro grueso y este último, a su vez, en otro todavía más denso o duro mediante una fuerza superior o, simplemente, mediante la fuerza de la velocidad. Sin entrar en los pormenores de esta sutil cuestión, basta con decir que, frente a la fuerza de la velocidad, la masa de un cuerpo sólido, ya sea movido o colisionado, es casi inapreciable. Conocemos la velocidad de la luz desde el Sol o una estrella. Si, por ejemplo, disparamos una bala a una velocidad de 2.500 metros por segundo, sabemos que penetra y perfora un cuerpo blindado de hierro que tiene varios centímetros de espesor. De modo similar, un ángel, que puede desplazarse con una velocidad infinitamente superior a la de la luz o incluso a la del pensamiento, podría, por supuesto, transportar los cuerpos de Jesús (que la paz sea con él) para salvarle de la crucifixión y del profeta Muhammad (al que Allah bendiga y dé paz) en su milagroso desafío del viaje nocturno (Miraj) con una facilidad y una rapidez fascinantes, dejando sin efecto la ley de la gravitación a la que pertenecían. San Pablo también menciona una visión que había tenido catorce años antes, la de un hombre que había sido elevado hasta el tercer cielo y luego al Paraíso, donde escuchó palabras y vio objetos indescriptibles. Las iglesias y sus comentaristas creían que este hombre era el propio San